UN POETA
UNIVERSAL.
SON POCOS, PERO SON: CESAR ABRAHAM VALLEJO MENDOZA.
S
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i hay alguien que está presente en una conversación
amical, en un congreso de intelectuales, en una tertulia literaria, en una
clase de literatura o en una cátedra universitaria es el “Cholo” Vallejo. No hay duda que es el poeta peruano de mayor
renombre mundial. Es el vate que refundó la poesía nacional, a pesar de las
vicisitudes de la vida y el contexto adverso supo expresar en cada verso un
ideal de vida, añoranza a su terruño y gratitud a su familia. Por eso es justo
otorgarle estas humildes líneas a un grande de la Literatura Universal.
Si hurgamos sus pasos de infancia diremos
que fue un niño extasiado con su Santiago de Chuco; por ser el último, “Chullca”, de once hermanos muy mayores. Se dedicaba a
jugar con otros niños, a veces con su hermano Miguel y la mayor parte se
divertía solo. César era tan terrenal como cualquiera de nosotros; por ejemplo cuentan que su misión en casa era cuidar el
horno artesanal donde se hacía el pan, pero él “sustraía” parte de la masa para
hacer pequeños bollitos y los guardaba en su bolsillo para comérselos por la
noche cuando todos dormían.
Desde niño mostró interés por aprender, en
ocasiones se escapaba de casa para espiar las clases en la escuela del pueblo.
A los 8 años ingresó a la Escuela Municipal.
Aprendió a leer, actividad que le fascinaba desde niño. Era preguntón y curioso.
Estudió secundaria en Huamachuco, provincia cercana a su tierra. Este
alejamiento de su terruño hizo que escriba sus primeros textos referidos a sus
experiencias de niño. Después viajó a Trujillo a estudiar letras, luego a Lima para
estudiar Derecho. Posteriormente viajará a París y parte de Europa,
consolidando su formación.
Desde niño mostró un espíritu de servicio e
igualdad con todos. En secundaria, no
tenía un amigo especial a todos les trató
con respeto y gentileza. Cuando regresaba a su pueblo ayudaba a sus paisanos a
sacar la cuenta de sus pagos por su trabajo en las minas. Colaboraba con sus
proyectos, con la venta del ganado que criaban, les orientaba para que ordenen
sus cosechas. Esto no estuvo ausente en su actividad literaria: “Al fin de la batalla, / muerto un
combatiente, / vino hacia él un hombre/ y le dijo: No mueras, te amo tanto. /
Pero el cadáver siguió muriendo… Entonces todos los hombres de la tierra le
rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; se incorporó lentamente… Y se
echó a andar”[1],
un llamado a la solidaridad y unión mundial.
En su cuento Paco Yunque condena la discriminación y el abuso de la clase
pudiente ante los provincianos. En su novela Tungsteno denuncia las
injusticias que cometía una empresa minera del exterior en contra de los
campesinos.
A pesar de haber sido encarcelado tres
meses injustamente, siempre demostró gratitud a su pueblo, y en especial a su
querida familia. Así lo demuestran textos como: “He almorzado solo ahora, y no he
tenido madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua, ni padre….”[2].
Evidencia la nostalgia por no estar en casa al lado de sus seres queridos. “Hermano,
hoy estoy en el poyo de la casa, donde nos haces una falta sin Fondo. Me
acuerdo que jugábamos esta hora y que mamá nos acariciaba…”[3]
Su vida literaria empezó generando muchas
controversias, al extremo que Clemente Palma al leer uno de sus poemas le aconsejó
que se dedicara a otro asunto. A pesar de los adversarios Vallejo estuvo
rodeado de la crema y nata de la cultura peruana. Primero ingresó y formó parte
del denominado Grupo Norte, integrado por Antenor Orrego, Víctor Raúl Haya de la Torre , entre otros. Ya en
Lima conversó y formó amistad con el maestro Manuel González Prada, Abraham
Valdelomar, José María Eguren, Luis Alberto Sánchez, José Carlos Mariátegui,
entre otros; quienes siempre alentaron la calidad literaria de César. Y en el
exterior tuvo oportunidad de conocer a Alejo Carpentier, Nicolás Guillén,
Rafael Alberti y muchos escritores, pensadores e intelectuales que valoraron su
creación y pensamiento.
Sin duda, la gran mayoría lo recuerda por su
estilo melancólico, propenso al dolor
humano y lleno de angustia existencial; esto, por la difícil y trajinada vida
que llevó: “César Vallejo ha muerto, le pegaban todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo…” “Yo nací un
día en que Dios estuvo enfermo…”. “Hay golpes en la vida tan fuertes… Yo no sé/
Golpes como el odio de Dios; como si ante ellos, / la resaca de todo lo
sufrido/ se empozara en el alma… yo no sé”. Y así podemos encontrar muchos
indicios de su sentimiento de tristeza, aflicción y dolor ante la naturaleza
humana.
Sin embargo, Vallejo es y será uno de los
poetas más humanos que ha engendrado nuestra patria, un hombre que sintió gratitud,
amor y cariño por todos. Se preocupó por los más desposeídos, por los que
sufren, por los que menos tienen. Así pues, emulemos las fortalezas y los
ideales de un hombre que dijo: hermanos hay mucho por hacer.
[2] César Vallejo. Trilce. XXVIII.
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